Y llegó el día más sangriento para el fútbol mexicano. Un día en el que atrajimos las miradas de todo el mundo, reportajes de Estados Unidos, Chile, España e Inglaterra, grandes cadenas internacionales como Sky Sports, la BBC, ESPN y FOX voltearon a ver a la muy decadente Liga MX, o mejor bautizada por el exfutbolista y ex comentarista Carlos Albert: “La liga muy equis”.
El sábado por la noche, justo en tiempo real, veíamos agresiones y escuchábamos distintos relatos en redes sociales y en cadenas deportivas, que usualmente se dedican a polemizar por el mejor gol de la jornada o qué técnico será despedido. Esta vez, dichas cadenas y medios de comunicación tuvieron de invitados no a especialistas deportivos, sino a especialistas en temas legales, de análisis político y hasta expertos que estudian el comportamiento del narcotráfico.
El deporte pasó a segundo plano en la pantalla, así como lo hizo en la cancha. Un muy aburrido 1-1, no fue el tema que hoy continúa llenando páginas de diarios no deportivos y titulares de distintos espacios noticiosos.
Hoy no se clama por justicia deportiva, que se puede resolver pateando un balón, hoy se clama por justicia, pura y dura. En una tarde, todo lo que pudo estar mal lo estuvo: protocolos débiles de protección civil, responsabilidad de autoridades locales para revisar el evento, capacidad de respuesta ante los hecho, y de nuevo, al menos un partido que armonice con el mote de los mexicanos quieren muy a fuerza seguir ostentan en la región: “México, el gigante de la CONCACAF”.
Al principio de todo, las voces se unificaron y condenaron los hechos, levantaron la voz en contra de los “grupos de animación”, condenaron la poca información oficial que fluía.Todas y todos pensábamos lo mismo “esto no podía estar pasando”. Pero en un país en el que al menos en la última década ha sido marcada por la polarización, la infiltración del crimen en nuestra sociedad, el cúmulo de emociones luego de una pandemia y el pésimo espectáculo que semana con semana nos tenemos que tragar como aficionados del balón.
Pero fingir demencia ante el sin número de señales que tuvimos antes del desastroso espectáculo ocurrido en la Corregidora el pasado 5 marzo sería muy ingenuo ¿Nadie en aquel 1996 cuando el Club Pachuca trajo a las barras bravas pudo prever este desenlace? ¿En al menos 10 años nadie había visto como las barras se convirtieron en un cáncer para las y los aficionados que sí amamos el fútbol?
Hoy, hasta en el fútbol tenemos a dirigentes que no escuchan a sus dirigidos.
Y lo sé, el fútbol es un espectáculo privado, que busca el rédito, pero cuando se pone en riesgo a familias enteras, el Estado y las autoridades a su cargo tienen que ser implacables. Si no hay condiciones, no debe haber fútbol ¿Cuántos muertos tiene que haber para que se empiece a respetar la vida? ¿Hasta cuándo vamos a poder ir a un estadio a disfrutar del fútbol en colectivo?
Han pasado ya dos días y a pesar de que las redes sociales, en conjunto, han jugado su rol evidenciando a posibles responsables, todavía no hay gente en la cárcel. Hoy, funcionarios de primer nivel continúan en nómina, es cierto, han despedido a un par de mandos medios, pero nada importante que por accidente repare los daños.
Posibles soluciones hay muchas, pero como siempre en México, resultados hay muy pocos. Como sociedad, así como en la vida pública, tenemos que apostar a no olvidar, a aprender y a presionar a quien haya que hacerlo, para que la justicia llegue a quienes tiene que llegar.
Ya ni el balón podemos ir a ver rodar, no se que nos espera.
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