Malaquías nos habla sobre la importancia de estar preparados para “el día del Señor”, día en el que el justo estará lleno de luz y recibirá la salvación; los “arrogantes y malvados” del presente serán arrancados de raíz el Día de Yahvé, mientras que los “adeptos a mi Nombre” serán iluminados por el sol de justicia. Pablo anima a los Tesalonicenses a estar preparados para la venida de Cristo, manteniéndose con una actitud de trabajo y de simplicidad. Jesús en el Evangelio nos anima a estar siempre en actitud vigilante, poniendo siempre nuestra confianza en Dios. Las tribulaciones y las desgracias del presente no deben perturbar la paz de los cristianos, porque, mediante su perseverancia en la fe, recibirán la salvación futura. Ciudadanos de la tierra con el corazón hacia el cielo.
Todo hombre, quiera o no, está inscrito en el registro de dos mundos diversos. Uno es el mundo presente, la tierra que pisamos y el aire que respiramos, un mundo pasajero, sellado por el límite y la caducidad. El otro mundo es el mundo en el que reina el siempre y la infinitud, el mundo futuro al que el hombre y la historia se encaminan. Lo interesante es que estos dos mundos se suceden cronológicamente, pero sobre todo se entrecruzan y entrelazan en la vida de los hombres. Ninguno de ellos nos es ajeno, en ninguno vivimos como si el otro no existiera.
En el mundo presente no podemos dejar de pensar en el futuro, y en el mundo futuro no se podrá olvidar el presente. Las vicisitudes de la historia, sus conflictos y sus penas nos remiten casi inexorablemente hacia el futuro. La dicha y la plenitud del mundo futuro solicitarán nuestro interés porque todos los hombres de este mundo puedan alcanzarla. Como ciudadanos del presente hemos de estar ocupados y dedicados a la tarea del progreso, de la justicia, del avance en humanismo y en solidaridad, del crecimiento en valores. Como ciudadanos del futuro hemos de mirar por la instauración del Reino de Cristo y por la santidad de los cristianos.
El presente en que vivimos es tarea de elección y de renuncia, el futuro será tiempo de posesión y de gozo. El presente es tiempo de ideales y de realizaciones, el futuro será de encuentro y de intimidad. El presente es tiempo de constancia en la lucha, el futuro será de descanso en la paz. El presente es tiempo de esperanza en la fe y en el amor, el futuro será de triunfo pleno del amor perfecto. Dos mundos distintos, pero no distantes, sino unidos en el corazón del hombre. Dos mundos en los que el cristiano ha de vivir a tope, haciendo honor a su nombre.
En este mundo no siempre brilla con todo su esplendor la luz de la justicia. Hay también mucha tiniebla de injusticia. Y por eso al hombre honrado y bueno le acecha la tentación de decir, como leemos en Malaquías: “¡Es inútil servir a Dios! ¿Qué ganamos con guardar sus mandamientos?”. Tal vez llegan a nuestros oídos voces de falsos profetas que gritan, como leemos en el Evangelio: “¡Yo soy!” o que predicen con presunción: “El tiempo está por llegar”. Y llegan a preocuparnos esas voces y crean en los cristianos algo de perplejidad. Oscurecidos sobre el futuro, había también entre los cristianos de Tesalónica algunos que “no trabajaban y se metían en todo”, nos dice Pablo. Evidentemente creaban confusión y perturbaban la vida y la paz de la comunidad. Esa tiniebla de injusticia no es propia sólo del tiempo del Antiguo o del Nuevo Testamento, sigue actualísima en nuestro tiempo. ¿No hay acaso mucha gente convencida del triunfo del mal sobre el bien? ¿No hay quienes atemorizan a la gente, sobre todo sencilla y sin mucha cultura, hablando de revelaciones recibidas sobre que el fin del mundo está por llegar? ¿No abundan falsos profetas y doctores, que merodean aquí y allá enseñando doctrinas erróneas?
La revelación de Dios, recogida en los textos litúrgicos de este domingo, nos recuerda: “Dios hará brillar la luz de la justicia”. Esa luz puede ser que ya comience a brillar en este mundo, pero ciertamente el sol de justicia irradiará sus rayos de luz en el mundo futuro. El cristiano, por tanto, en medio de las injusticias y de las persecuciones, ha de mantenerse tranquilo, paciente y en grande paz, porque Dios intervendrá a su tiempo. “Con la perseverancia, nos dice Jesús en el evangelio, salvarán sus almas”. Sigamos adelante con esa conciencia de que somos ciudadanos de la tierra llamados a ser ciudadanos del cielo.
Santa María Inmaculada, de la Dulce Espera, ruega por nosotros. P Noel Lozano: Sacerdote de la Arquidiócesis de Monterrey