La sabiduría es la palabra clave de nuestra reflexión semanal. Vemos como el autor sagrado sugiere al creyente que pida la Sabiduría y el Espíritu que vienen de Dios para discernir y orientar sus caminos según la voluntad divina, pues el que conduce su vida sin Dios está inclinado fácilmente al error. A la capacidad humana de razonar, tan débil y tan incierta, se opone la sabiduría con que Dios educa a los hombres para que alcancen la salvación. Vemos como Pablo, en su carta a Filemón, le pide tacto humano en su trato con Onésimo, esta es la sabiduría aprendida por Pablo, fruto de una profunda experiencia de fe. Jesús nos presenta en el evangelio algunas condiciones para seguirlo, padre, madre, hijos, bienes, todo es importante, pero ante el programa de Jesús, todo es relativo. Jesús nos ilustra con un ejemplo, como la prudencia humana hace cálculos para saber si se cuenta con los medios suficientes para construir una torre o con el número de soldados para atacar al enemigo. Desde luego la prudencia es necesaria, pero para ser discípulo de Jesús se requiere además la sabiduría que proviene de Dios.
Hay en nuestra realidad cotidiana, una ciencia del hombre, que corresponde al esfuerzo del hombre por conocer la verdad en todas sus dimensiones y vivir según ella; también existe una sabiduría propia de la fe, que corresponde a la acción de Dios en nuestra inteligencia para hacernos partícipes de su revelación y en nuestra voluntad para inducirnos a vivir conforme a la misma. Hay diferencias entre ellas, pero también ayuda y complementariedad. Se ve claro que la ciencia es esfuerzo humano y la sabiduría don divino; lo que se ignora por la ciencia es mucho más de lo que se conoce, mientras que por la fe todo se sabe, aunque no todo se llegue a conocer. La ciencia frecuentemente engríe y exalta a quien la posee, la sabiduría hace humilde y agradecido a quien la recibe. La ciencia se acabará con el hombre, la sabiduría es eterna, como lo es Dios, su fuente es eterna. En el Evangelio hallamos bellamente formulada la sabiduría de la cruz, y en la segunda lectura la sabiduría de la caridad con un esclavo que ha venido a ser algo inaudito: hermano.
El seguimiento de Jesús no es una elección original del hombre, sino elección a partir de una llamada que viene de Dios. El seguimiento de Jesús no es posible en base a puros razonamientos humanos, sino que exige la sabiduría de la fe. El texto evangélico nos sitúa ante algunas opciones que habrán de ser iluminadas por la sabiduría divina. Está el caso de la opción por el seguimiento de Jesús, aun a costa de los más estrechos lazos familiares, cuando éstos entran en conflicto con la llamada. Está la opción por la cruz, siguiendo las huellas de Jesús en su camino hacia Jerusalén. Está la renuncia a todos los haberes, a todas las riquezas, a todo poder, con tal de vivir radicalmente en el seguimiento de Jesús. Todas estas opciones requieren una profunda sabiduría de fe. Vemos como Pablo en su carta a Filemón nos brinda un magnífico ejemplo de esta sabiduría divina. Primeramente, la sabiduría de Pablo que se manifiesta en la delicadeza, discreción y tacto admirables con que trata la situación de Onésimo, un esclavo de Filemón, que había huido de su dueño a causa posiblemente de un robo, que Pablo había convertido y bautizado, y que ahora envía de nuevo a Filemón para que lo reciba no ya como esclavo, sino como hermano. Y en segundo lugar, la exhortación de Pablo a la sabiduría propia del creyente, en este caso, Filemón, para que vea en Onésimo un “hijo” de Pablo, su corazón; para que vea en Onésimo no un esclavo, aunque lo siguiera siendo, sino un hermano en el Señor. En base a esta sabiduría, ¿cómo Filemón no le dará buena acogida en su propia casa? Sin dejar de estar Onésimo en la condición de esclavo, ésta es superada con creces por la fraternidad nacida de la fe.
Nuestra cultura actual, en demasiadas ocasiones, es una cultura que opera por contrastes y por opuestos. Muchas veces pensamos que a la ciencia del hombre se opone la sabiduría de Dios y a la sabiduría de Dios se opone la ciencia del hombre. Con lo cual, entre ciencia y sabiduría no habría reconciliación posible. Así opinan muchos contemporáneos nuestros, así lo sostienen. No es ésta, ni puede ser, la posición cristiana. La doctrina cristiana nos enseña a decir: “ciencia y sabiduría”; por tanto, no oposición, sino colaboración, no exclusión, sino complementariedad. La razón para nosotros los creyentes es sencilla: quien da al hombre la capacidad de la ciencia es el mismo Dios que le otorga el don de la sabiduría. Para el no creyente habrá que decir que en ambos casos se trata de la búsqueda de la verdad, aunque sea por caminos diferentes. En esa búsqueda todos nos encontramos juntos: unos volando con un solo motor, otros con dos. Un requisito indispensable por ambas partes el no tener prejuicios de ningún género, y el no enrocarse en las propias posiciones aun a costa de la verdad misma. Aprendamos a pedir siempre a Dios esta sabiduría, la sabiduría de la fe, la sabiduría de la caridad y la sabiduría de la sensatez espiritual.
Santa María Inmaculada, de la Dulce Espera, Ruega por nosotros. P Noel Lozano: Sacerdote de la Arquidiócesis de Monterrey