El libro de los Proverbios nos muestra el ejemplo de una mujer que hace rendir su vida y cualidades. Es una mujer hacendosa, activa, laboriosa en la caridad, diligente en el obrar. No es remisa, vanidosa o egoísta. Su especial sensibilidad no la vuelve hacia sí misma, sino que trabaja con sus manos y extiende sus brazos a los necesitados. El texto nos describe una madre y esposa con un testimonio válido y de gran honor para la familia que la tiene. Vemos en esta mujer el reto que tenemos de aprovechar la vida como regalo y hacerla fructificar de manera positiva
El día y la hora de la segunda venida de Jesús sólo el Padre las sabe. Pablo invita a los cristianos de Tesalónica a vivir como hijos de la luz, de una forma dinámica, con responsabilidad y no en las tinieblas. El día del Señor, llegará como un ladrón, de modo inesperado y, por ello, debemos vigilar y vivir sabiamente para no ser sorprendidos. Podemos unir las lecturas, como esa oportunidad que Dios nos da, de hacer fructificar el talento de la vida en favor de los demás.
La respuesta del tercer siervo del evangelio, parece aceptable; sin embargo, para el cristiano, los dones que recibe son para hacerlos producir y a final de la vida recibir la felicitación eterna. El evangelio nos dice que la vida humana es un don que Dios nos hace para que lo hagamos rendir. Al crearnos, Dios ha querido compartir con nosotros algo de sí mismo. Él desea que también su creatura se convierta en una "dispensadora de bien". Por eso, lo sensato en nuestras vidas es usarlas apropiadamente para producir frutos abundantes; lo sensato es negociar con los talentos recibidos; poner en juego todas las capacidades de la inteligencia y de la voluntad para producir aquellos frutos que Dios espera de nosotros. Así pues, cada uno con los dones recibidos debe ponerse al servicio de los demás, con la clara conciencia de que el Señor volverá y que deberemos rendir cuentas, no de nuestras intenciones, sino de las obras realizadas.
Tenemos que saber que todos los bienes materiales de los que disponemos en esta vida son sólo medios para alcanzar a Dios y para darle gloria. Sería insensato acumular bienes sabiendo que la polilla de este mundo y el paso del tiempo los corroe y que no valen para la eternidad. Quien acumula bienes terrenos, se apega a ellos y los convierte en un fin, se parece a aquel alpinista que junta enseres, vituallas y equipo de montaña, pero nunca se decide a emprender la ascensión. ¿Para qué sirve tanto equipo y material? ¡Qué grave error! Como si esos bienes fueran eternos, como si esos bienes pudiesen colmar las aspiraciones del corazón, como si al final de la vida no estuviese el encuentro definitivo con el Señor de nuestras vidas.
Por eso, usamos de los bienes en tanto cuanto nos ayudan a dar gloria a Dios e ir al cielo. Pensemos en la importancia del desprendimiento de las cosas, de la caridad y de la generosidad para compartir los bienes con los necesitados; el vivir sobriamente usando los bienes necesarios y practicando la benevolencia con los pobres.
Uno de los más grandes talentos que hemos recibido y al cual, lamentablemente, damos poca importancia es el tiempo. El tiempo es un don hermoso de Dios. Con él vamos construyendo nuestra porción en la obra de la salvación. Con él colaboramos con Jesús en la redención de la humanidad. Sin embargo, con frecuencia usamos con descuido el tiempo. Parece que, en ocasiones, más que usar el tiempo, lo perdemos; dejamos que se nos escape entre las manos sin hacer nada constructivo, nada que sirva para las futuras generaciones, nada que lleve paz, consuelo y alegría a los demás. Pasa un día y otro, y vivimos sin dar trascendencia a nuestras vidas y sin hacer nada duradero, sin emplearnos a fondo en las cosas importantes. Corremos de aquí para allá para ajustar negocios, adquirir bienes, disfrutar de los placeres de esta vida, y nos olvidamos de atesorar bienes para el cielo.
Santa María Inmaculada, de la Dulce Espera, Ruega por nosotros.
P NOEL LOZANO: Sacerdote de la Arquidiócesis de Monterrey.
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