Leemos en Isaías como Dios quiere que lo busquemos, porque es un Dios maravilloso y si alguien lo abandonó que no dude en regresar a Él, porque lo único que encontrará será un Dios rico en perdón. Vemos como los planes de Dios superan siempre, y con mucho, los planes humanos. El oráculo del profeta Isaías lo dice de modo muy plástico: como el cielo es más alto que la tierra, así mis caminos son más altos que los de ustedes. Es decir, para entender el modo de proceder de Dios, tenemos que hacer un esfuerzo de trascendencia. La mente humana es muy pequeña, muy frágil y sujeta al error. El hombre debe ser consciente de que Dios tiene sus propios planes, y que al ser humano le corresponde amoldarse y acoger el plan de Dios, y no al revés.
Pablo casi al final de su vida, nos indica cuáles deben ser nuestras palabras conforme avanzamos en edad, que “Jesús sea glorificado en mí” y nos anima a llevar una vida digna del evangelio. Esto supone toda una revolución del pensamiento humano, que desea siempre y de modo espontáneo, asegurarse un lugar de preeminencia en las cosas de los hombres. Lo importante es que tengan y lleven una vida digna del evangelio, nos dirá Pablo en este texto a los filipenses, compartiéndonos su experiencia y lema de vida: “para mí la vida es Cristo”.
En el Evangelio leemos esa oferta de Dios para cada uno de nosotros, la oferta de la confianza, porque nos llama a trabajar en su viña a primera o a la última hora, todos recibiremos el reino de Dios. Tener esto presente, nos ayuda a purificar reclamos, envidias y trabajar con pureza de intención. Un natural sentido de justicia, nos llevaría a pensar que los jornaleros que han soportado todo el peso de la jornada, deberían recibir más que aquel que apenas ha trabajado alguna hora. Pero, si examinamos con calma, veremos que aquí no hay injusticia alguna. Quien ha trabajado toda la jornada, ha recibido aquello que le había sido prometido. Por lo tanto, dar lo mismo al primero que al de la hora undécima no es injusticia, sino simple liberalidad del amo del terreno. El tema de los planes de Dios, se hace así, el tema de la benevolencia del amor de Dios, que premia, superando con mucho, los méritos humanos. Lo importante, no es tanto la materialidad de las obras, sino el amor que se coloca en ellas. Puede uno pasar el día entero pensando que obtendrá poco, porque ama poco. Por esta razón: los últimos serán los primeros, y los primeros los últimos.
Los planes de Dios no son los planes de los hombres. Los hombres ven la apariencia, el provecho inmediato, Dios ve el corazón y a Él le mueve sólo el amor infinito por su creatura. El hombre entra en contacto con este plan de Dios gracias a la revelación: Dios se revela a sí mismo, manifiesta su vida íntima. Nos dice quién es y cuáles son sus sentimientos en relación con el hombre. Nuestro Dios es rico en perdón. Nuestro Dios es aquel que está cerca del que lo invoca. Es aquel que desea el regreso, la conversión del malvado de su mala conducta. Para entender los planes de Dios en nuestra vida, debemos hacer la experiencia de la cercanía de Dios. Dios está cerca, como lo atestigua la vida de los profetas, en los momentos de mayor abatimiento, cuando la vida parece perder su sentido y orientación, cuando la enfermedad, la persecución, la aparente derrota tocan a las puertas de nuestras vidas.
Pablo es un testimonio de la cercanía de Dios hasta el punto de exclamar: “para mí la vida es Cristo y la muerte una ganancia”. “La vida es Cristo” significa que mi vida ha sido injertada en Cristo y reproduce sus misterios. Cristo vive y obra en mí. Que mi vida sea Cristo significa que hago mío los amores y los pensamientos de Cristo. Como a él, a mí también me interesa la Gloria del Padre y la salvación de las almas. Mi vida consiste, pues, en ser heraldo del evangelio, anunciar el evangelio en el lugar donde he sido colocado. En la familia, en la vida profesional, en la vida pública, en el púlpito o en el monasterio, en la salud o en la enfermedad, en el éxito o en el fracaso, en el gozo o en las fatigas... toda mi vida es anuncio, toda mi vida es Cristo.
Esta fue la experiencia de Pablo y de muchísimos cristianos, que pueden decir que la muerte es una ganancia. No es, ni mucho menos, rechazo o desprecio de la vida presente. Qué hermosa es la vida para quien cree en Cristo con fe viva y con entusiasmo. La vida se convierte en un ofrecimiento, es un vivir junto con Cristo, en Cristo, las fatigas de cada día. Sólo por esto, la muerte es una ganancia, porque es el encuentro definitivo con el Señor. Es el final del combate de la fe, es el final de la jornada, es el momento del salario de Gloria, es el encuentro definitivo con el amor. Sólo esta cercanía y experiencia, nos iluminan y da sentido a los planes de Dios sobre nosotros.
Santa María Inmaculada, de la Dulce Espera, Ruega por nosotros.
P NOEL LOZANO: Sacerdote de la Arquidiócesis de Monterrey.