.-”Vengo de una orgía” -comentó un tipo en el Bar Ahúnda. Preguntó uno: “¿Estuvo buena?”. “Sí -respondió un tipo-. Y la próxima va a estar igualmente buena. Parece que van a invitar mujeres”.
Babalucas le contó a un amigo: “Compré un coche”. Quiso saber el amigo: “¿Qué marca?”. Respondió Babalucas: “Toyot”. El amigo lo corrigió: “Querrás decir ‘Toyoya’”. “Toyot -repitió Babalucas-. No he pagado la última letra”. (Nota. Un chiste más como ése y mis cuatro lectores quedarán reducidos cuando mucho a dos). Buenas señales trajeron los llamados días patrios. La primera fue el abandono que López Obrador hizo de su pugnacidad y beligerancia en el mensaje que pronunció el 16 de septiembre.
Temíamos que su discurso fuera agresivo, especialmente contra nuestro vecino del norte y el Tratado que con él tenemos y con Canadá. Nos preocupaba que AMLO radicalizara sus posturas en temas como el energético y el de la militarización de la República. Por fortuna sus palabras se orientaron en otra dirección, la de Rusia y Ucrania, que quedan bastante lejecitos, y eso hizo que nuestros temores se diluyeran en agua de borrajas para bien de la nación y de sus habitantes.
El otro buen suceso fue la declaración del secretario de la Defensa Nacional en el sentido de que los militares no tienen otra aspiración que la de servir a la Patria, encomiable y oportuna afirmación que arrancó, si no un suspiro -los suspiros desaparecieron con la poesía romántica- sí una exclamación de alivio a muchos que temen la instauración aquí de un régimen militarista al estilo de los que han acabado con las libertades civiles en varios países de América Latina. Buenas noticias, pues, que nos evitaron un soponcio, telele o patatús como otros que últimamente hemos tenido. Aleluya.
Don Martiriano es hombre de hábitos morigerados Se las morigera su mujer, doña Jodoncia, señora autoritaria y dominante capaz de morigerar las costumbres de un regimiento de cosacos. Cierto día el abnegado esposo de la tremenda doña no pudo negarse a la invitación de sus compañeros de oficina, y fue a tomarse con ellos un par de cervezas. Con tal motivo llegó a su casa a las 9 de la noche, en vez de llegar a las 7 de la tarde, como siempre.
Doña Jodoncia lo recibió hecha una furia, una gorgona, una arpía, una anfisbena. Le dijo con voz áspera: “¿Cómo puedes mirarme a la cara?”. “Mujer -respondió don Martiriano, humilde-. A todo se acostumbra uno”. Había en la ciudad un hombre con fama de santo, De él se decía que obraba milagros prodigiosos. Eso, sin embargo, no lo alejaba de su prójimo, antes bien lo acercaba a los demás.
En cierta ocasión jugó una partidita de póquer con un amigo suyo. La apuesta era bastante fuerte. En el reparto de las cartas -¡oh sorpresa!- al amigo le salieron cuatro ases y un comodín. ¡Quintilla! Apostó, pues, todo su resto, y mostró sus cartas: quintilla de ases. El otro hizo un ademán, y sus cinco cartas se volvieron seis, todas ases. El amigo vio aquello y le dijo al santo varón: “Como milagro eso está a toda madre, pero como póquer es una gran chingadera”. (Nota: Hay quienes ponen como protagonistas de este cuento a Nuestro Señor y a San Pedro, pero no quise incurrir en irreverencia o lastimar el sentimiento religioso de alguien, así que cambié los personajes, aun sabiendo que eso restaría a la historia fuerza y gracia a la vez.
Los mensajes que recibo cuando abordo con humor temas de la cristiandad son muy poco cristianos. En lo que hace a la historieta que hoy narré, espero la comprensión lo mismo de los creyentes que de los incrédulos, pues mucho me temo que con los dos quedaré mal. Es una pena, porque el cuento es bueno).
FIN.