Se llamaba Flordelisia, y era la joven más inocente y pura del condado. Nada sabía de las cosas del mundo; tenía una candidez angelical, seráfica, querúbica. Su madre no le habló nunca de las realidades de la vida, ni tuvo amigas que en la conversación entre mujeres le dijeran algo acerca de los hombres. Así, llegó al matrimonio en la más absoluta ignorancia. Se entenderá, por tanto, que al ver por primera vez a su marido le preguntara, inquieta: “¿Qué es eso?”. Valido de la ingenuidad de su mujercita el tipo respondió:”. “Es una cosa que nada más yo tengo”. Se consumó el matrimonio, y días después ella le dijo a su flamante esposo: “Eres un mentirosillo.
Vi al herrero del pueblo bañándose en el río, y tiene una cosa como la tuya”. Replicó el sujeto: “Es que yo tengo dos, y como él no tenía ninguna le presté una de las mías”. “Pues eres un tonto -le dijo la muchacha-. Le prestaste la mejor”. El soldado regresó a su pueblo y relató en la taberna del lugar: “Me alisté en la Legión Extranjera para olvidar a mi esposa, pero a los pocos días deserté. El sargento me recordaba mucho a mi mujer, no sólo por los modos sino sobre todo por el bigote”. Aplaudo, y con las dos manos, para mayor efecto, al Presidente López Obrador.
Su decisión de no confrontarse con los Estados Unidos en su discurso del 16 de septiembre en el Zócalo es muestra de prudencia. En esta ocasión AMLO puso el interés nacional por encima de su protagonismo populista. Anteriormente había asumido una postura pugnaz, beligerante, frente al poderoso vecino que tenemos al norte. Anunció que en su mensaje septembrino abordaría temas que de seguro nos habrían confrontado con ése que es nuestro principal socio comercial, pero luego recapacitó, y ya dijo que mejor hablará de la paz del mundo, tema bastante pacífico y nada comprometedor.
Aunque algunos comentadores han criticado a López Obrador por haberse patraseado -esa expresión tabasqueña equivale a recular, pero es más expresiva y se oye menos fea-, lo cierto es que la determinación de moderar su postura es merecedora de elogio. O el Tío Sam le apretó tuercas o un buen asesor le aconsejó mesura y contención. Eso es lo de menos. Lo de más es que AMLO enderezó el rumbo. Bien conocida es la frase latina: Errare humanum est, sed perseverare diabolicum. Errar es humano, pero perseverar en el error es cosa del demonio.
Ojalá en todas sus acciones el Presidente López Obrador mostrara el buen sentido que en ésta demostró. El padre Arsilio, sacerdote católico, el reverendo Rocko Fages, pastor evangélico, y el rabino Mohel, de la comunidad judía, discutían amistosamente acerca de la capacidad de persuasión de cada uno de ellos. Acabaron haciendo una apuesta igualmente amistosa: irían al bosque, y el primero que lograra convertir a su religión a un oso sería el ganador. Acordaron un plazo de tres horas para conseguir tal cosa, y fijaron un punto de reunión para encontrarse al término del plazo.
Transcurridas las tres horas llegaron al sitio convenido, muy contentos, el cura católico y el ministro protestante. Ambos traían consigo a su oso, convertido a su respectiva religión. Explicó el padre Arsilio: “Le hablé de la Virgen, y se conmovió tanto que cayó de rodillas y se hizo católico”. Relató el pastor Rocko Fages: “Le recité al oso el salmo 23, y al oír su lectura me pidió que lo bautizara en nuestra fe”. En eso llegó el rabino Mohel. Venía con las ropas desgarradas y lleno de heridas y lacerias. “Ya había logrado convertir al oso -narró con doliente y quejumbrosa voz-, pero creo que no fue buena idea tratar de hacerle la circuncisión”.
FIN.