“El Mochagüevos”. Mis cuatro lectores habrán de perdonar que ponga en el principio mismo de mi artículo ese vulgar apodo. Era el de un loco furioso que de vez en cuando se aparecía en el pueblo y perseguía a los hombres llevando en alto un filosísimo machete. Cierto día entró por la calle principal. En la plaza se hallaba un forastero conversando animadamente en una banca con un vecino del lugar.
De pronto éste se puso en pie y le dijo espantado al visitante: “¡Corramos! ¡Ahí viene el Mochagüevos!”. “¿Quién es ése?” -preguntó el fuereño emprendiendo la carrera sin saber por qué. Explicó el otro sin dejar del correr: “Es un loco que le corta un testículo al hombre que tenga tres”. “Entonces no necesitamos correr -apuntó el visitante-.
Yo tengo dos, y supongo que usted también”. “Corramos de cualquier modo -replicó el lugareño apresurando la carrera-. El Mochagüevos primero corta y luego cuenta”. La 4T, que en amigable competencia con el narco se ha apoderado ya de buena parte del territorio nacional, quiere apropiarse ahora de nuestra niñez. Obvio es decir que la escuela ha sido siempre un vehículo de adoctrinamiento por medio del cual se imbuyen a las nuevas generaciones la ideología y conceptos del régimen dominante.
Yo hube de ingerir en la primaria mitos cuya falsedad conozco ahora, pero que entonces pasaban por verdad irrebatible -y pasan todavía-, como por ejemplo esa invención de que Hidalgo es el Padre de la Patria. Hermoso mito, pero mentiroso, el del anciano cura de Dolores que nos dio la libertad. Ni Hidalgo nos dio la libertad ni era un anciano. Su efímero y fracasado movimiento, que comenzó con el grito: “¡Viva Fernando Séptimo!”, no hizo más que provocar grandes y terribles matanzas, y el desdichado sacerdote, arrepentido y pesaroso, terminó su vida en el patíbulo. Quien en verdad nos emancipó de España fue Iturbide, que ciertamente era un cabrón, pero un cabrón con gran habilidad política y sentido de las cosas.
Y además rendido adorador de damas, lo cual en mi humilde opinión no es para tomárselo a mal. Lo que no me parece bien es que ahora se pretenda imponer a nuestros hijos y nietos doctrinas basadas en obsoletos dogmas que han llevado a la ruina a los países donde esas enseñanzas se han impartido. La educación ha de ser liberadora; debe dotar al educando de un espíritu crítico, no convertirlo en un ente pasivo del cual no se espera eficiencia, sino lealtad, vale decir entrega, sumisión, docilidad.
Yo tuve padres y maestros que me enseñaron a pensar. Cometo errores, claro, muchos, pero son mis errores, no los que otros pusieron en mí. Es una pena que la educación haya caído en las manos donde ahora está, que no son manos de maestros verdaderos, sino de propagandistas de un régimen cuya incapacidad para gobernar bien al país está a la vista. Mi único desahogo será ahora exhalar un suspiro lamentoso por lo que está pasando, y en seguida una indignada maldición por lo que va a pasar.
Ignoro si Testut consigne el dato en su clásico libro de Anatomía, pero he oído decir que la mujer posee un par de músculos llamados “defensores de la virginidad”. En todo caso diré que Afrodisio Pitongo, hombre proclive a la concupiscencia de la carne, fue una noche con Loretela al solitario paraje llamado el Ensalivadero.
Ahí palpó con fruición las turgencias frontales de la hermosa chica, pero cuando quiso buscar un más íntimo tesoro ella cerró sus piernas igual que se cierran las puertas de una fortaleza. Le dijo a su lúbrico galán: “En estos casos mis piernas son mis mejores amigas”. “Lo entiendo -concedió Pitoncio-. Pero hay ocasiones en que hasta las mejores amigas deben separarse”.
FIN.