”¿Conoces tu oficio, muchacha?” -le preguntó don Acisclo a la nueva pupila de la casa de mala nota que frecuentaba. Respondió la chica: “Al revés y al derecho”. “Bien -declaró el salaz vejancón-. Hoy lo haremos al derecho. Ya veremos después”.
Lord Feebledick asistió a la reunión mensual con sus antiguos compañeros de colegio. Les contó: “Ayer llegué a mi casa, entré en la alcoba y miré en la cama a mi esposa, lady Loosebloomers, sin ropa y en estado de inexplicable agitación.
Me asomé abajo del lecho y vi ahí a Wellh Ung, el mancebo encargado de la cría de faisanes. Pero ya encontré la forma de impedir que eso vuelva a suceder. Le corté las patas a la cama”. Una cosa es segura: lo que AMLO les ha dado al Ejército y a la Marina, y lo que lo que les dé en el resto del sexenio, luego ni Dios Padre se los podrá quitar.
Esas instituciones fundamentales de México han sido desvirtuadas. Se les ha apartado de su misión, determinada en la ley máxima, y les han sido atribuidas funciones que no les corresponden y que pueden poner a algunos de sus miembros en la tentación de faltar a sus deberes por la ambición del dinero, pues mucho dinero hay en algunos de los campos a donde los militares y marinos han sido llevados por la 4T.
López Obrador manifestó que les otorgó todas esas concesiones porque no quiere que luego se apoderen de ellas los conservadores y neoliberales. O sea que ahora el Ejército y la Marina serán custodios de la obra del presidente actual, y de sus propios intereses, en vez de ser guardianes de la Patria y sus instituciones. Eso nos entristece a los que crecimos en el respeto a los uniformados, y ha de preocuparnos a quienes sabemos lo mucho que costó llevar a la República del régimen militar al gobierno civil.
Como en la época postrevolucionaria los militares representarán eventualmente un poderío tanto económico como político, y su participación en la vida nacional podrá ir más allá de los límites que les señala la Constitución. Nada bueno ha traído consigo el militarismo a los países de América Latina. Esperemos que México no deba lamentar el hecho de que sus soldados y marinos, por defender aduanas, aeropuertos, trenes y otras pertenencias que ahora poseen como propietarios, dejen de defender las tradiciones de lealtad y honor que aprendieron en el glorioso Colegio Militar y en la varias veces heroica Escuela Naval.
El duque Sopanela invitó a sus amigos madrileños a la cacería del oso en la finca que su padre le heredó en La Montaña, la agreste región que tan bellamente describió don José María de Pereda en “Peñas arriba”, interesante novela cuyas páginas estoy recorriendo ahora que he decidido modernizar mis lecturas.
La víspera de la expedición el señor duque reunió a los cazadores en la sala de la casa solariega y les impartió sus instrucciones: “Saldremos apenas amanecido el día en busca de la fiera. Irá con nosotros mi fiel criado el Bizco, quien tiene la peregrina habilidad de imitar a la perfección la llamada de la osa en celo, y que además huele igual que ella por la permanente enemistad que guarda con el agua. La última vez que se bañó fue el día de su primera comunión, y ya tiene 50 años de edad. Llegaremos a la guarida del oso y nos colocaremos en semicírculo frente a la cueva.
El Bizco irá a la entrada y hará la llamada de la osa. Al oírla saldrá el plantígrado. El que lo tenga más cerca, dispare. Pero eso sí, amigos. Por favor, mucha puntería, porque ya van 14 veces que el oso abusa del Bizco”. (Nota: El doctor Neluco, médico de la comarca y atinado clínico, asegura que ésa es la causa del estrabismo del fiel criado).
FIN.